¿Qué sería con exactitud
ser humanos?
La muda y yo no lo somos enteramente, eso es claro, algo nos falta o no está
bien conectado. Pero si pensara como ejemplo en un ser humano enteramente
humano, completo en todas sus partes y funciones, como una célula sin fallas,
con sus membranas y sus órganos internos perfectos, con una compensación y
cantidad justas, nada de más ni de menos ¿sería humano? ¿podría reconocerse?
¿captarse como una persona real?
Ayer el tipo del termo —Hughes se llamó a sí mismo, para seguir
con su excentricidad bautizadora— me dijo que yo pensaba así para compensar mi
falta de memoria, mi rareza, pero sé que no es sólo eso: cada persona se define
por sus deficiencias, por sus excesos, por el personaje que crea con sus
desperfectos. Él, Hughes, es reconocible porque viene de verde, porque nunca
suelta el termo, porque me dice Darcy. Lo único que nos hace ser humanos es la
pequeña huella de lo mal copiado. El dibujo que genera un error en la matriz.
Ya no quiero pensar en esto, estoy cansado de hablar para mí
mismo. Quiero comer, pero comer algo en particular, no sé qué, algo que lleve
la pequeña huella de unas manos. Acá no vemos las que prepararon la comida.
Nunca falta: llega en el carro y es tan anónima como la señorita que la trae.
La trae callada y sin embargo no es muda. Calla porque es ajena,
vive en el mundo de los que tienen voz y memoria: ¿por qué tendría que pedirle
más amabilidad que la de alcanzarme un plato?
Representa algo que tuve y ya no, es como un nombre, un nombre que
significa todo mi pasado y si pudiera acceder a él y pronunciarlo no sé que
cambiaría.
Es una mujer perfecta, amable, cerrada en sí misma. Todo su
caminar desprende dignidad. Su tarea de alimentarnos le da un lugar y un
sentido a su vida, a todos sus días, incluso a los feriados. También a sus
noches, que no se si serán de soltera o de casada.
No es mi problema, ya no me importa. Ella en su mundo y nosotros
acá. Como despacio, tengo hambre y me tragaría todo en un minuto, pero quiero
seguir el ritmo de la muda, llegar pacíficamente a su digestión.
No recuerda. Desparrama papeles y no recuerda. Ella abre esos ojos
y pregunta, las cosas están escritas y él debería dar una respuesta pero su
mente tira nieve de algodón sobre un arbolito.
Por el agua de esos ojos pasean hilos sucios.
Las cosas están escritas y él debería dar una respuesta ¿pero
respuesta de qué? La pregunta es precisa, el agua hierve.
Ella está sentada, sacude los hombros, agita la cabeza: llora con
furia y el agua de esos ojos provoca mareas salvajes.
—¿Vamos a tomar un helado?
Imposible, ella enfurece más y se asoma una tormenta bíblica. Las
cosas están escritas y él debería saber dar explicaciones.
—Lo inventé, es todo producto de mi imaginación…
—¿Y desde cuando el producto de la imaginación no expresa, en
realidad, los deseos ocultos?
Intenta otra respuesta, algo aproximado, a ella le hace peor, se
multiplican los peces en su llanto. No hay salida, el cartel de emergencia
junto a la puerta dice NO HAY SALIDA.
Las paredes del living caen encima de sus hombros y el techo sobre
sus cabezas. Afuera hay sol.
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