VEINTISÉIS: 8 Y 23 DE FEBRERO. COMEN EL CORDERO. CONVIVEN MÁS TIEMPO EN LA CASA. LA ABUELA REVELA COSAS IMPORTANTES Y LE HACE UN PEDIDO.

 

Les gustó mi comida y todo estuvo muy bien: algo se deslizaba feliz entre las tres mientras cenábamos. Yo ya tenía reveladas las fotos. Habían quedado impactantes y ninguna parecía mía. Imaginé que editaba los rostros en blanco y negro varias veces y sólo dejaba color en los ojos, pasando del verde al rojo, al azul, al violeta, hasta llegar al amarillo original, pero siempre sobre el blanco y negro sus ojos artificiales.

Tal vez era una idea común, pero yo nunca la había visto, tal vez ya tenía algo para volver: la cara de Selene como una tapa de National Geographic. Pensaba que podía alquilar algo en Buenos Aires para empezar y no volver al sur, no más chacra ni guindas ni grosellas.

A la noche en el cuartito me quedé acomodando los negativos. Todavía no le había mostrado las fotos a Selene, quería tenerlas para mí un poco más. Las miraba y pensaba en el futuro mientras acomodaba las camas cuando ella entró.

—Marina, ¿hablas sola?

—Sí, me parece que sí. Pensaba que pronto va a ser momento de terminar mi viaje, no sé qué me pasa Selene, ni a qué vine, estoy todo el tiempo viajando y no se para qué. Me gustaría alquilar algo.

—¿Aquí en Perú?

—No, en Buenos Aires, ¿conocés Buenos Aires?

Qué me unía a Selene, además de la simetría opuesta de nuestros cuerpos y formas de hablar. No sé como explicármelo: ella representaba una calidez y una libertad que me faltaban.

Qué me unía a la Abuela: la misma calidez y silencio y prolijidad que deseo para mi mundo de ahora.

Algo de lo que soñé hace diez años acá en Arica tal vez: algo de lo que soñé y no fui.

Así pasamos más de quince días que parecieron quince domingos. Era como si ellas aprovecharan mi presencia para extender un clímax que no decaía. Fueron días bellísimos y apacibles, sutilmente sentía que cada una se despedía de algo y aproveché para intentarlo yo también. Selene parecía haberse olvidado de su bebé y de su extraño casamiento sin novio. Parecía haberse olvidado de su imposibilidad de bailar y se dedicó sólo a ser una nieta y una amiga con la que caminé por las afueras de Arequipa. Saqué muchísimas fotos pero nunca logré que me acompañara a la feria. No quería ir a la ciudad, prefería los caminos apartados. En cambio la feria era el único lugar al que iba la Abuela, ahí le saqué las últimas de cuerpo entero y ahí, ese mismo día, concluyó los que las tres habíamos estado demorando.

Le dije que me iba a revelar y tomé por la calle del laboratorio, dejando que volviera sola con las bolsas de la compra.

A la noche volvimos a encontrarnos en la mesa. Yo tenía todas las copias hechas. Cenamos muy calladas, la cara de la Abuela había concentrado de golpe toda su vejez. Debajo de los ojos su piel formaba láminas transparentes, como de mica. Terminó de comer y nos besó la frente. Todo lo que hacía me parecía ritual y sabio, salió de la cocina dejando olor a jazmines pasados.

Aproveché para decirle a Selene que tenía las fotos y que habían salido muy bien pero no se entusiasmó.

—Después me las muestras, ¿si? Estoy muy cansada. Tú apaga las luces cuando subas, por favor.

El aire me parecía melancólico, la lamparita colgada del techo tenía grasa y pelusas apelmazadas, me serví un vaso de agua para llevar a la cama cuando entró la Abuela.

—Marina, siéntate, necesito hablar contigo unos momentos. 

—Sí, claro.

—Quiero pedirte un favor, pero antes contarte algunas cosas que nos sucedieron, luego tú juzgas.

—Claro abuela, dígame.

—Selene es muy joven pero ya ha pasado por experiencias difíciles. Su madre murió cuando ella era pequeña, yo no la conocí. Su padre la cuidó bien al principio, pero luego tuvo que marcharse. Entonces vino a buscarme a Puno y me la dejó, tan pequeñita, junto con esta casa aquí, en Arequipa.

—Algo me contó ella, ¿fue hace mucho eso?

—Diez años ya. Selene iba bien en la escuela, era muy dócil y despierta pero un día, luego de cumplir los quince sintió el mismo llamado que su padre.

No me atreví a preguntarle de qué hablaba, supuse que eso era el famoso casamiento. Yo no alcanzaba a comprender a ese país, sentía una mezcla de simpatía y terror por la lucha, pero me resultaba muy difícil encajar a Selene y a la Abuela en todo eso. Sólo se me ocurrió salir del paso con la frase más evasiva posible, como para que no me explicara ningún detalle

—Entonces ella escuchó el llamado…

—Sí, así lo hizo, o debo entender que así fue, pues nunca quiso decirme nada.

—¿Y cómo se dio cuenta entonces?

—Es que desapareció un día, imagínate, con quince años y aquí sin saber nada de ella. Tampoco podía acudir a la policía, ya me temía yo que siguiera los pasos de su padre.

—¿Y qué pasó?

—Diez días después él la trajo, mi hijo, esa fue la última vez que lo vi. Aún no se si lo mataron.

—¿Y Selene?

—Ella no dijo nada. Nunca habló del tema y creo que es cuando empezó a mentir. Si tu la vieras antes, tan pura que era mi niña y luego bajándome la vista para hablar. Es que estaba dispuesta a dar su vida, lo hubiera hecho si su padre no la hubiese devuelto.

—Me imagino qué difícil es todo esto, Abuela—. Me miró sin pestañear, intenté decirle algo que sonara liviano. —Bueno, pero eso ya pasó hace como cuatro años ¿No? ¿Y ahora? ¿Cómo está? Parece una chica común, no, común no, es muy linda, muy especial. Parece un poco perdida nada más.

—Perdida del todo, Marina. Aunque ha pasado el tiempo yo creo que la buscan. Creo que de los dos lados la buscan y un almita así no sale viva de eso.

Creí que empezaba a entender. 

—¿No pueden huir?

—Mientras yo viva estará segura, se quedará conmigo. Pero de eso precisamente quería hablarte.

—De eso…

—Mírame Marina, no me quedan muchos días, lo siento en los huesos. Tú viajas y seguro regresarás a tu país en algún momento.

 —Sí, claro, no sé bien cuándo.

—Está bien, tu escúchame y dime si es mucho lo que te pido.

—Sí, abuela, lo que usted quiera—. Era fácil adivinar de qué iba a hablarme.

—Ella no tiene a nadie más que a mí y no se puede confiar en la gente de esta ciudad. Si tú me ayudas lo que yo quiero es vender esta casa y darle el dinero para que se instale en la Argentina. Si se queda aquí intentará marcharse nuevamente, estoy segura, o la encontrarán antes de que lo intente. Sólo te pido que la ayudes a viajar, a tomar la decisión, a encontrar un lugar en tu país. Perdóname si es muy grande mi pedido—. Se aguantó las lágrimas pero sus ojos igual eran tristísimos.

—No, abuela, claro que no, pero no piense que se va a morir ahora, usted está bien. Por lo demás no se preocupe, no termino de entender el peligro del que me habla, pero quédese tranquila, yo siempre voy a estar en contacto con Selene.

—Yo conozco mis huesos, Marina, no te asustes por todo esto, a ti nunca te harían nada. Ahora que sé que nos ayudarás me siento más tranquila. No sabes cuánto te agradezco. Ve, descansa, luego podremos continuar la con-versación. No te preocupes, no te pesará.

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