VEINTIOCHO: 25 DE FEBRERO. PIENSA EN CÓMO SEGUIR, EN QUÉ HACER CON ELLA MISMA Y CON SELENE. LA ABUELA PREPARA UN GRAN DESAYUNO. SUEÑA CON LA AMBULANCIA.
Después
de hablar con la Abuela no me quedé muy segura. Mientras me lo contaba todo
sonaba real, pero mirándolo seriamente parecía una exageración. Estaba pensando
en su muerte y en lo que podía sucederle a Selene después, es normal, es algo
que hace una abuela preocupada. Pero tanto...
Me parecía imposible que les llegaran a tocar ese tipo de cosas.
Sonaba como si me hubiera inventado una historia atractiva para asustarme y que
me hiciera cargo de Selene.
De todos modos era confuso pero no inverosímil. No sabía qué
sentir, tenía que actuar rápido, decidirme esa misma noche. Estaba entre la
posibilidad de irme rápido de Arequipa o de quedarme ahí más tiempo y esperar a
que se definieran las cosas.
No era mala idea ayudar a Selene a escapar de lo que fuera, estar
juntas nos daría tiempo para pensar. Yo también tuve conflictos a su edad y tal
vez por eso la quería como algo mío, como si rescatándola a ella calmara lo que
a los diecinueve rompí en mi propio vientre.
Lanzate a la aventura de vivir... eso me resultó más doloroso de lo que imaginaba, pero esa noche
entendí que el pedido de la Abuela me daba la oportunidad de empezar algo con
menos carga, de rescatarme a mí misma en la tarea de ayudar a Selene, aunque
todavía no pudiera cerrar lo que aún estaba abierto y nada, en definitiva,
tuviera un significado concreto.
—Es una herida—. dijo Selene y me asustó como si me estuviera leyendo el
pensamiento—. Mira, es una herida entre este dedo y este, significa que perderé
a mi niño.
—¿Qué tiene que ver una herida en los dedos con eso? Mejor dormite
que ya es tarde.
Lo hizo instantáneamente y yo me seguí enredando con mis
pensamientos.
La claridad de la luna la blanqueaba: sus párpados parecían hechos
de cera sobre su cara redonda. Recién entonces me dí cuenta: Selene era la
luna.
—Pues claro que ya se que Selene es la luna —me dijo a la mañana—.
Y tú eres Marina… ya ves que alguna conexión natural hay entre nosotras.
No me gustó lo que decía, el mar y la luna me
pareció un amontonamiento torpe de símbolos, pero me molestó exageradamente,
como si me encadenara a ella con ese simple comentario. Necesitaba pensar más
para decidir, no era fácil aceptar llevarla conmigo a Buenos Aires.
No supe qué contestarle, bajar a desayunar se estaba transformando
en mi mejor salida. Temía unas tostadas lúgubres con el silencio de la Abuela y
el mío protegiendo el secreto, pero lo que encontré fue a una anciana feliz.
Iba y venía por la cocina preparando un montón de cosas raras, como si fuéramos
a comer treinta personas. Galletas grandes de avena y pasas de uva, dos paltas
pisadas con azúcar, yema de huevo batida con jerez, pan de maíz, leche, fruta
cortada, jugo de mango.
—Parece una fiesta, abuela, ¿por qué tanta comida?
—Porque es la mejor forma de empezar un día. No tiraremos nada de
lo que sobre, come hasta donde quieras.
Así la Abuela preparaba su festín de despedida. Tiraba el lazo y
yo que-daba adentro. No estaba mal, definitivamente sentí que quería y me
gustaba entrar en la historia de estas mujeres. Si era necesario me iba a
llevar a Selene, decidí eso.
Esa noche pude apretar en el sueño el nudo que había dejado flojo
desde el día en que salí. Soñé que me subía a la ambulancia. Nada más que eso:
me subía con él a la ambulancia y lo acompañaba.
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