UNO: DOMINGO AL MEDIODÍA. EL HOMBRE SE DIO UN GOLPE EN LA CABEZA. DESPIERTA EN UNA HABITACIÓN. NO RECUERDA QUIEN ÉS. EN LA CAMA DE AL LADO HAY UNA MUJER DESNUDA Y EN CUCLILLAS. ES BLANDA PERO BELLA.
El techo es muy alto, el piso verde, las paredes verdes: por el silencio parece un mediodía de domingo.
Me duele el centro del estómago. Hay una mujer al lado mío, está
desnuda. Se abraza las piernas y apoya la frente en las rodillas. No se
balancea pero se la ve muy apretada, agarrada a sí misma. En esa posición
parece dedicada a retratar mi angustia.
No sé cuánto tiempo pasó. Sé que me di un golpe en la cabeza. Sé
que no recuerdo.
¿Recordaré alguna vez?
Si pudiera destrabar su posición me calmaría, estaría bien, no veo
a nadie alrededor, puede ser un buen comienzo. Desde que desperté está quieta.
Quiero verla entera, quiero que se mueva. Podría ponerse a gritar si la toco,
aunque no se, no creo, parece estar más allá de los sonidos.
¿Pero por qué destrabarla?
Porque mientras sigue inmóvil el tiempo no pasa. Tal vez sea un
castigo. Tal vez mi castigo sea el silencio al lado de una muda en una cama de
hospital.
No veo ningún indicio: soy yo el que está quieto, el que se queda
en una cama de hospital quién sabe dónde. Ahora ella, distraída, separa las
rodillas mostrando un sexo negro y malva, se chupa el pulgar como si no tuviera
dientes. No vino nadie ni nadie trajo algo de comer, hay varias camas y sólo
nosotros dos. Hace quién sabe cuánto no digo una palabra.
Ella se deja caer de costado en la misma posición, se duerme y no
pare-ce un ángel pero yo sí parezco un muerto, se chupa el dedo soñando, el
pul-gar arrugado.
Parece que es la muerte: la muerte es una cama de hospital en un
pabellón vacío. La muerte es, en cuclillas, una muda al lado.
Pasan las horas y soy completamente inútil, las huellas me
preocupan. Se borran.
Las que busco, las que necesito, se borran y otras que no pido
aparecen misteriosas.
Son recuerdos, sueños, no lo sé: dos mujeres están en una pieza
vacía y hablan. Una dice que no es importante que lleguen los médicos, que sabe
cortar el cordón y hacer el nudo definitivo, que entre mujeres pueden
arreglarse.
No sé quiénes son ellas, permanecen hablando en mi cabeza mientras
les presto atención, pero si abro los ojos el lugar real es éste pabellón y no
lo deseo.
Nada de lo que me rodea significa nada, nada más que el vacío de
mi memoria que no puede asirse ni a la pata de la cama.
La muda está tan quieta que parece un objeto. Perdí la expectativa
de moverla. Parece un candado que no necesito abrir.
Decido concentrarme, las huellas me preocupan. La huella que deja
cada huella no se borra, pero deja una estela imprecisa y no una certeza.
Certeza es mi cabeza con un golpe, lo sé por la sangre que baja cada tanto si
me rasco. Lo sé porque lo único que hago es buscar huellas, pero no sabría qué
ver si me pusieran delante de mi cara.
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