TREINTA Y SEIS: 20 DE MARZO. SELENE NO QUIERE SALIR DE LA CASA. LE PRESENTA A SUS BAILARINAS. ROSMILA TIENE SÓLO ONCE AÑOS.

 

El mes de Marzo se fue deshaciendo, Selene además de tristeza tenía pánico. Le dije que saliéramos pero no quería moverse de la casa.

Empecé a darme cuenta de que todo lo que me había dicho la Abuela era cierto.

—No quiero caminar por esta ciudad, Marina. Quédate conmigo unos días más. Todavía estoy muy triste, espera a que pueda decidirme. ¿Puedes?

—Claro, tomate tu tiempo. Sólo te digo que salgamos un poco al aire, que hablemos con alguien. Cada vez que voy a comprar o a sacar fotos tengo miedo por vos, tan sola acá adentro.

—Si quieres llamo a mis bailarinas. ¿Quieres? Son de confianza, ellas ensayaban conmigo y son las únicas que hoy pueden realmente ayudarme. Tú no tienes por qué estar en medio de estas cosas, déjame un momento con ellas y luego te contaré. Traen noticias de mi padre.

—¿Estás corriendo peligro, Selene?

—No te preocupes, Marina. Todo lo que me pueda suceder está fuera de tu alcance, incluso del mío. Ya veremos cómo se dan las cosas, no tengas miedo, la tierra sabrá cuál es mi mejor destino.


Dijo todo eso con calma y seguridad, pero yo veía incertidumbre detrás de sus bellísimos ojos. Las bailarinas llegaron una hora después, como si hubiesen estado desde hace tiempo preparadas para acudir a su llamado. Entre ellas me sentí otra vez demasiado extranjera y delicada.

 

—Mira que bonitas, te las presento: Rosmila, Norma, Luciana y Yolanda.

 

Rosmila no pasaba los trece, tenía la piel muy oscura, el peinado tirante y las pantorrillas como palitos secos.

Toda ella era rígida, o se ponía así frente a mí. No sabía que pensar pero me dio miedo. Frente a esa nena yo era como un soldado desertor juzgado por sus compañeros heridos. Era la contracara de la plasticidad de Selene, Rosmila la seria, la generalita.


—¿Sabe cuántas polleras llevamos?

—No, ¿llevan más de una?

—Siete.

—¿En serio?

—Mire.


Hizo un mínimo movimiento de cadera y entre la rodilla y la sien se le formó un abanico de colores. Fue algo fugaz y perfecto, después se calló y se puso otra vez rígida.

No iban a hablar de nada si yo estaba ahí presente. Eran apenas cuatro niñas excesivamente delgadas, sin embargo, seguían las reglas con una determinación y exactitud poderosa.


—Bueno, chicas, las dejo hablar de lo suyo, me voy arriba a hacer una siestita, un gusto haberlas conocido.


Tuve mucho más miedo por Selene: ya no era danza lo que tenía que definir con sus pequeñas bailarinas.

Una hora después las vi irse. Muy tiesas. Casi en fila hacia la puerta. No parecían ser esas que compartían desnudos en los ensayos con Selene. Tal vez lo habían sido, pero en ese momento eran otra cosa. Habían crecido o ya no estaban para juegos.

Comentarios