TRECE: MIÉRCOLES A LA MAÑANA. SE DESPIERTA TARDE. SIENTE QUE SE ESTÁ ADAPTANDO. LA MUDA LE DA QUE PENSAR Y EL JOVEN DEL TERMO NO SABE DECIRLE QUIÉN ES.

 Me despierto tarde, me doy cuenta porque hace calor y hay mucha luz. La muda volvió a ser la muda pero para mí es distinto, ahora sé que suena, estoy seguro de que puedo arrimarme en cualquier momento y recibir una historia. Lo que pasó ayer fue especial, fue importante, estuve tan cerca de ella que me olvidé de mí. Eso es la vida, eso es vivirla, se lo voy a decir al tipo del termo, debe estar por llegar porque es tarde. Tengo que pensar bien cómo decírselo, eso de lo que es la vida, no creo que deba contarle las cualidades de la muda: podrían llevársela y hacerla vivir encerrada y expuesta como fenómeno de circo. ¿O exagero? Tal vez no sea tan interesante ni antinatural, además ya pasaron de moda los fenómenos de circo. Tal vez sea peor, tal vez no tenga esa cualidad de sonar que pensé y sea sólo yo delirando mientras ella es una catatónica que, como al resto de la gente, le gusta dejarse acariciar. O peor, tal vez su condición la podría llevar a un mundo mejor, donde la gente de afuera se interesara por ella y así se convertiría en un ser casi normal, con apenas su modo especial de comunicarse. Es entonces mi egoísmo, mi aburrimiento lo que me cerrará la boca ante el tipo del termo, la necesidad de tener algo mío: un secreto y una compañera.

 

Me sigo sorprendiendo de mí mismo, sé tantas cosas: hombres elefante y fenómenos de circo, o soledad y egoísmo, o cómo sobrevalorar los pequeños momentos en que se convirtió mi vida. Tal vez no saber mi nombre ni mi historia sea un capricho neurótico —¿o histérico, o psicótico?— No importa, me gusta pensarme como un enfermo mental y no como un simple golpeado.

 

Escucho la puerta, la muda se hace la dormida pero no puede evitar pegar el pulgar al índice, con una mano y la otra. Es lo único que se le mueve, tan regular que ni siquiera parece código morse.

 

—¡Hola amigo! ¿Y Marlene? ¿Dormida? Debe ser una compañía aburrida esta chica, nunca logré que le interese nada. ¿Y vos? ¿Pudiste acordarte de algo?

 

—Hola—. Ahora le tengo menos miedo, tengo algo que ocultarle y eso me acerca.

 

—Está amarguito y nuevo ¿Qué te parece? Disculpame la espuma...

 

Agarro el mate, lo tomo despacio y se lo devuelvo. Pienso algo que decirle que traiga el tema de lo que es estar vivo sin que pueda burlarse de mí, algo no muy directo, que haga surgir el tema como por casualidad .

 

—¿Y hoy qué tenemos? ¿Me va a traer algún juego, algún test de inteligencia o me va a decir algo que hayan descubierto? ¿Encontraron mis documentos?

 

—Bueno, querés saber, eso es bueno che, eso es alentador.

 

Lo odio, sigue jugando conmigo o no sabe nada. Por primera vez me pregunto si no será él también un enfermo. Ya me dijo que esto no era un manicomio, pero claro que no me va a decir eso si él también está enfermo. Es peor la duda, decido que voy a tratarlo como a un normal, si pienso que está loco se me terminan las esperanzas de saber algo. Agarro otro mate.

 

—Claro que es alentador, es más, tengo ganas de moverme ¿Me permiten caminar un rato?

 

—Por ahora no, tenés que descansar. Ya van a venir a informarte. ¿Te conté que soy de Boca yo?

 

—Sí, lo recuerdo. Pero lamentablemente no sé qué significa eso, sé que es un equipo de fútbol, uno famoso, importante. Muy popular creo.

 

—Evidentemente nunca fuiste de Boca vos. Pero che, podés tutearme, ya que tomamos mate juntos... ¿No te parece?

 

No voy a tener opciones con eso. Si sigo tratándolo de usted voy a parecer asustado.

 

—Sí, tiene, tenés razón, es que es muy raro hablar para mí: como no sé mi nombre ni qué soy, no sé cómo dirigirme a la gente.

 

—Hacé como quieras, dejate llevar. Tendría que verte un médico a vos —insiste con el vos, lo hace a propósito.

 

—Yo ya me voy, mañana nos vemos.

 

—Pero ¿encontraron mis documentos? ¿Saben algo?

 

—Qué te puedo decir... Mañana nos vemos.

 

No sale triunfal, ni lento ni de ninguna manera en especial, sale nada más, con el termo abajo del brazo. ¿Vendrá comida? No se escucha el carrito, debe ser media mañana, puedo hacer algo todavía. La muda mira al techo y separa un poco las piernas, lo tomo como una señal. Me levanto con cuidado y voy hasta allá, me atrevo a acariciarle un pecho, está tibio a pesar de su desnudez constante, dejo la mano ahí y apoyo otra vez la cara.

 

Avanzábamos por un túnel. Avanzábamos y no había modificaciones en el ancho o en la altura, era un túnel cavado en la tierra por donde apenas podíamos ir parados pero con la espalda encorvada. Era el camino hacia Los Juegos del Infierno, avanzábamos para llegar al hall del Casino Infierno, sabiendo que tener paciencia y una meta final nos libraría de la claustrofobia. Aunque el hall era igual de bajo al menos era amplio, iluminado en rojo, obviamente rojo, ligeramente caliente.

Una vez que llegamos nuestro guía se limitó a mirarnos, empezamos un juego de tejo, algo había que hacer para no pensar adónde estábamos, la clave era acostumbrarse al techo bajo, a la tensión ambiental, había que hacer del Casino Infierno una casa y acatar sus leyes sin pensarlas.

 

Las fichas del tejo se iluminaban desde abajo y corrían por la mesa imantada como si volaran a muy baja altura. Daba pánico verlas ir tan rápido pero no había que pensar en terminar, solo en jugar. Tejo tejo mío, tejo tejo de él, sin promesa de mayores torturas.


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