SIETE: LUNES A LA NOCHE. ÉL SIGUE SIN RECORDAR. QUIERE ACOSTUMBRARSE AL LUGAR Y A SU SITUACIÓN. SE DISPONE A COMER. SUEÑA CON UN TIGRE.

 

Ahora sé que van a traer comida: no sé si necesito otra cosa. Parece que esto fuera mi casa, que la muda fuera mi pariente, que nací hace veinticuatro horas y no sé si necesito otra cosa.

 

Siento un carrito. Escucho un carrito y llegan los olores: la comida me traerá sensaciones claras.

 

El mate que tomé presiona la vejiga pero me quedo quieto, la misma mujer de cambiar las camas cruzará pronto la puerta y no quiero que me vea así. Tengo dos frazaditas con las que me tapo hasta el ombligo, tengo una especie de pijama en el que hasta ahora no había reparado, es muy gris. Creo que va a entrar la misma mujer, ella es enigmática para mí, es como una idea, un sentido de lo real que me excita. Pienso nombres: mucama, enfermera, señorita. No sé cómo debo llamarla pero esta vez quiero hablar-le. Sus ojos preguntarán ¿pollo o pescado? sin decir nada, lo que sea, ¿verduras? no importa, con su mirada ella me preguntará algo.

 

Ahí está, se dirige primero a la muda, no cambiaron sus piernas ni su pelo pero ahora usa un gorrito blanco que la hace más impecable, le plancha las sábanas con las manos y le acomoda una bandeja.

 

Ahora sí es mi turno: viene hacia mí, sube y baja despacio como la espuma de una ola. Le hablaré, estoy dispuesto, me incorporo y hago el intento, pero me impone hacer silencio con el índice en sus labios: debo descansar. Después lo apoya sobre los míos y me deja en la boca la huella de su yema.

 

Lo demás no importa: acelga huevos arroz, su cuerpo delicado perdiéndose en el pasillo.

 

Igual que la muda mastico con hambre. Termino y recuerdo la vejiga, en alguna parte debe haber un baño pero no me atrevo a caminar para buscar-lo. Atrás nuestro está la ventana, llega casi hasta el piso y es de una sola hoja. Igual que con mi ropa es la primera vez que reparo en la ventana. Parece que las cosas fueran apareciendo a medida que las miro, todo es tan normal y tan extraño: la abro y la luz se apaga lentamente. Está oscuro afuera.

 

Sueño que estoy en una plaza cuadrada donde hay una torre de piedra con un reloj. Uno de sus cuatro lados es abierto y da a una barranca y un lago.

El viento sube inhóspito, me han dejado solo con un tigre que camina en círculos grandes. Estoy en un espacio cercado con alambre donde hay una jaula en la que caben cuatro monos. Necesito entrar, es mi única defensa. Al cruzar la puerta se me engancha el pullover. Es verde, tejido a mano. Me preocupa el hueco en la trama: tendré que entrar con un agujero en el pullo-ver sin saber cómo repararlo. Siento que es humillante la situación, el tigre avanza, todavía está lejos pero igual da miedo. Entro en la jaula y no sé qué hacer, si cerrar el agujero del tejido o el de la puerta. No hay nadie alrededor. No hay nadie. El reloj da las doce y hace girar una plataforma con muñecos. Enfoco bien la vista y soy yo girando. Giro vestido de monje, vestido de soldado, de primer poblador y de indio. Cuando termina la vuelta con mis cuatro representaciones la plataforma vuelve a ingresar a la torre y parece que no hubiera pasado nada.

 

Suena el viento. Como si algo tirara de una lana se empiezan a destejer las hileras de mi abrigo.

 

No puedo salir: está el tigre.

 

No puedo quedarme: tendría hambre.

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