SEIS: 5 DE FEBRERO. ELLA ES LA ÚNICA EXTRANJERA EN EL CAMIÓN. EN EL PUESTO CAMINERO LE PIDEN PASAPORTE. SIENTE MIEDO. VIAJAN TODA LA NOCHE HASTA AREQUIPA.

 

El viaje hasta Arequipa iba a ser largo. Llegaríamos casi de madrugada. No se por qué decidí subir a un camión habiendo colectivos, de todos modos no importa, ahora pienso que si no hubiese elegido ese camión nunca hubiera conocido a la Abuela ni a Selene.

 

No era invierno ni época de lluvias pero en el viaje entendí porqué la Abuela había insistido en darme una manta. Después de dos horas andan-do paramos por primera vez en un control caminero, los policías se parecían mucho a los nuestros pero me daban más miedo. Uno le preguntó algo al chofer, después lo anotó y empezó a gritar y gesticular: PASAPORTE, PASAPORTE POR ESTE LADO. Avancé y se lo di, yo sabía que no hacía falta porque estábamos en un puesto interior, pero entendí que era mejor no discutir. El aire se sentía tenso en todo el sur, como si cada camino fuera el nervio crispado de un país que aparentaba dormir en los pueblos. Al menos en los pocos pueblos que yo había alcanzado a ver.

 

Tenkiu dijo y me miró las piernas: yo era la única que usaba pantalones. Se fue con mis documentos mientras las mujeres volvían a subir. Habían bajado a hacer pis y lo habían hecho ahí al costado del camión. Para ellas era fácil, apenas tenían que abrirse las polleras. Pensé en comprarme una, estaba parada ahí, en el medio de todas y a punto de explotar, pero no me atrevía a exponerme de esa forma en un puesto caminero.

 

Pasó un rato largo, interminable, cuando el policía volvió ya estaban todas sentadas mientras yo, desde abajo, escuchaba desesperada cómo arrancaba el camión. Subí corriendo, otra vez ayudada por la mano de la Abuela.

 

A las seis de la tarde casi no quedaba luz y andábamos por un camino angosto que a la izquierda se desbarrancaba y a la derecha se nos venía encima. Muy abajo el valle era de terrazas cultivadas que en la penumbra tomaban tonos ocres grises y pardos.

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