NUEVE: MARTES A LA MAÑANA. PASA SU SEGUNDO DÍA EN EL PABELLÓN. VUELVE EL JOVEN DEL TERMO DESPUÉS DEL DESAYUNO. CONSIGUE TENER UN DIÁLOGO.

 

Me despierto con el amanecer, no se alcanza a ver más que cielo desde la ventana pero hay algunas nubes rosadas y otras enrojecidas. Parece verano rosa di matina. Toco el vidrio, está frío mal tiempo se avecina.

 

No tengo memoria pero entiendo el esquema del tiempo, los meses, las horas, las comidas, las visitas: sé reconocer el tiempo que viaja en línea recta. Y sé más, sé que existen autos y árboles, vegetales y bebidas, desayunos y cenas. Si no logro encontrar más recuerdos voy a hacer una lista para repasar los nombres de cada cosa. Si alguien me trajera papel estoy seguro que sabría escribir, porque cuando ensayo con el dedo en el aire puedo hacerlo.

 

La muda abre y cierra los ojos, sus tics son de intermitencia ¿hablará con gestos? Mirarla es inútil, no viaja en una línea, todo lo suyo se limita a un punto multifoco, para ella no hay atrás ni adelante. Su tiempo es exacta-mente ahora. Solamente es.

 

Empiezo a oler tostadas, no quiero tocarme la cabeza para evitar que baje sangre pero me pica, deben haberme dado varios puntos.

 

Otra vez suena el carro, la puerta, el delantal. La muda y su silencio están sentados, pero es primero mi turno: té con leche y pan con dulce de durazno. La leche me da náuseas, a ella no. Se la toma de un trago y extiende otra vez la taza, se la vuelve a tomar de un trago y extiende otra vez la taza. Pero no hay más, la enfermera se va sin mirarla: hay dos sin tres parece. No sé qué hacer con la bandeja, ya comí todo y me incomoda, miro a la muda que está con una tostada en cada mano, muerde dos veces una y dos veces la otra: ella sí sabe entretenerse.

 

Sin que me alcance a dar cuenta entra el tipo de verde, lo veo cuando ya está al lado mío. Su habilidad debe ser caminar sin hacer ruido. Trae su termo y su optimismo invariables: 

—Hola Marlene— dice a la muda.

 

Azul y oro— a mí. Señala el termo, CABJ, impreso en letras grandes. Lo miro para explicarle otra vez que no sé presentarme, que no sé mi nombre ni de qué cuadro soy, aunque pueda descifrar las siglas del termo.

 —¿De qué cuadro sos?

 

Lo vuelvo a mirar para explicarle, creo que va entendiendo. —Bueno, ya sabremos... traje novedades…

 

Miedo. Miedo que vuelva a suceder, que después de novedades venga otra línea de silencio.

 

—Mmmmm

 

—Nooo—veee—da—ddddes. ¿Sabés hace cuánto estás acá? Veo que no, hace dos semanas. Estuviste dormido hasta ayer. En coma, dorr—mi— ddddo, con un traumatismo leve de cráneo. Pero nadie se explica por qué con tan poco golpe sufriste tanto. Te trajo una ambulancia, te caíste de un árbol.

 

—¿Qué estaba haciendo?

 

—No sabemos, no es época de poda, tampoco sabemos mucho más. No tenías ninguna identificación, tal vez estabas trabajando porque la ropa estaba sucia. Debés ser de Boca vos—. Me trata como a un viejo que no entiende, tal vez soy un viejo que no entiende.

 

—¿Cuántos años tengo? Vi mis manos pero…

 

—Bueno bueno… no tan rápido… no sabemos, cuarenta y algo, por ahí debe andar.

 

Me trata como a un estúpido, como si fuera un empleado perverso harto de tratar pacientes sin recuerdos. O como si él fuera el estúpido. Ya no sé.

 

—No tengo manos de jardinero. La verdad no sé lo que hice, pero sé lo que es una computadora, un fax, un teodolito. Se perfectamente lo que es un teodolito.

 

—Me parece que no vas a poder medir mucho acá adentro... 

Otra vez suena perverso o estúpido.

 

—Yo ya tengo que irme, no sabemos tu nombre. ¿Querés que te invente alguno? Eso siempre me gusta.

 

—No, por ahora no, pero antes de irse dígame: ¿Usted es psicólogo? ¿Esto es un manicomio?

 

—No y no, soy acompañante voluntario, vengo todos los días de lunes a sábado. Qué preferís: ¿Scott o Darcy?

 

Se va triunfal, o tal vez indiferente: no pude responderle nada.

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