DOS: 5 DE ABRIL. ELLA ESTÁ EN ARICA ESPERANDO A SU AMIGA.ESCRIBE UN DIARIO DE VIAJE. ES LA SEGUNDA VEZ QUE SE DETIENE EN ESA CIUDAD. ESTUVO AHÍ DIEZ AÑOS ANTES.


 

Aquí hay sol, hay mar, hay jugo de melón que venden por las calles. Diez años no son nada, sobre todo porque la gente no varía mucho sus costumbres: igual que antes trafican jugo en sobre, champú en sobre, sopa en sobre. Sobre estos papeles espero encontrar el punto de partida: entonces habré terminado, entonces podré empezar.

 

Pero esto es Arica: ¡estoy acá! ¿Por qué siento que no? Me zumban los oídos al nivel del mar y algo me dice que todo fue muy rápido. Mientras la espero voy a escribir y pensar. Necesito aquietarme.

 

Tal vez tenía razón el que a la ida, en Iquique, me decía: Cabrita: deja ya de soñar y abría las sábanas y se limitaba a hacerme el amor con entusiasmo. Pero el amor no es entusiasmo. Parecía un pistón, una bomba de agua, un perro alegre. El amor no es entusiasmo, pensé y me fui rápido y seguí hacia el norte asustada, como si su alegría me hiciera culpable.

 

Me zumba el caracol de los oídos, el punto de llegada es el punto de partida, me repito esa frase hecha como si la entendiera. Tengo que esperar, comprender, de verdad aquietarme antes de regresar.

 

 

Cuando me fui pensé que si hacía el mismo recorrido que a los diecinueve iba a poder cambiar algo. Una repetición como un conjuro para olvidar y recomenzar. Crucé la frontera en Osorno y subí por Chile casi en un suspiro. Me quedé más tiempo del necesario en Iquique y repetí el mismo exacto itinerario de aquella vez: quería volver sobre las huellas que dejaron mis pies hace diez años. Después, cuando pasé por acá, por Arica, decidí que no podía detenerme, me asustaba permanecer en este lugar aunque fuera sólo una tarde, aunque fuera el lugar que vine a buscar. Tomé un taxi hasta la frontera y seguí rápido hacia Perú.

Pasé la noche en Tacna y bien temprano a la mañana encontré un camión.

 

Había amanecido y eran las ocho pero el camión no salía hasta las cuatro de la tarde. Una mujer se sentó en la caja de madera sucia, no estaba el chofer, no había nadie cerca pero ella se subió muy segura. Faltaban horas para que el camión saliera.

 

No hacía nada, estaba ahí.

 

No hacía nada, no esperaba.

 

Le pedí que me diera el secreto y me miró extrañada no hablo castilla dijo con fastidio. No hablo castilla debía ser el secreto que permitía vivir sin esperar. Era imposible con su actitud, era una chola cerrada.

 

Mi impaciencia no me dejaba ser como ella, yo no quería detenerme. Salí a caminar, me dejé ir por la plaza, por la mañana pregonera de frutas y de aguayos.

Comentarios