DIECISÉIS: 7 DE FEBRERO. DECIDE QUEDARSE MAS TIEMPO. NO SABE CÓMO RESPONDER A LAS PREGUNTAS DE SELENE.
Miró el
regalo y me preguntó si le había comprado uno a mi madre. Me descolocaban sus
preguntas, le dije que todavía no. Me avergonzaba explicarle que mi madre vivía
en Buenos Aires y yo en el sur, que casi no me hablaba con ella, que durante
diecinueve años fuimos muy unidas y felices y que después la armonía se rompió
de un día para el otro.
Y que
después, seis meses después, yo estaba viajando hacia el sur sola, en tren y
con una infección uterina mal curada que casi me cuesta la vida. Me avergonzaba
explicarle que la infección fue el pobre fruto que dio mi paso por Arica hace
diez años, cuando yo tenía diecinueve como ella y, como ella, soñaba un bebé.
Sólo que el mío no quedó adentro.
Preferí
cambiar de tema.
—¿Querés
salir conmigo? Te invito a comer algo y después nos vamos a pasear, así
hablamos y te cuento lo que vine a hacer acá y, si querés, me ayudás con mis
fotos.
—¿Tú
sacas fotos? No vi tu cámara.
—La tengo
en la mochila.
—¿Para ti
o para revistas?
—Para
revistas o para el que las compre…
—¿Quieres
que te muestre los lugares históricos de Arequipa?
—Sí, y si
te gusta, quiero que seas mi modelo. Tenés unos ojos... Tuve que comprar rollos
color para que se vean bien.
Mi
modelo. Le estaba hablando como si yo fuera profesional, como si alguna vez me
hubiera ganado la vida con la cámara. Pero bien podía ser...
iba a ser
mi modelo y le iba a dar la mitad de las ganancias.
—Pues
claro, pero cuando salgan mis fotos debes aclarar que soy bailarina…
—Sí,
claro. Entonces podés ir a cambiarte, podés ponerte tu ropa de bai-lar y
dejarte el pelo suelto. Dale, te espero acá.
Toda la
vida tuve amigas, pero después de la mudanza al sur empecé a sentir rechazo por
la gente. Por la que estaba cerca: físicamente cerca, no la
gente en general. Después de la pelea con mi madre eso empezó a ser más fuerte,
tal vez cuanto más quería alejarme de ella y sus fobias más me pare-cía. No
podía decirle eso a Selene, ella era huérfana y adoraba el recuerdo de la suya.
De los
veinte a los veinticuatro me dediqué a la fotografía. Mis compa-ñeros de
estudio se parecían a mí: necesitaban de la misma distancia entre los cuerpos.
Todos creíamos que el fotógrafo, al menos el que pretende hacer fotos de
personas, el que quiere hacer verdaderos retratos, debe ser algo violento. De
algún modo, en algún punto de su personalidad debe serlo, porque para hacer su
trabajo no puede respetar la voluntad del foto-grafiado. Decíamos que sin esa
violencia no se podía hacer algo verdadero, que sin intrusión sólo se estarían
sacando escenas falsas y prefabricadas. Pero yo no quería eso con Selene ni con
la Abuela. Encontrarlas fue como encontrar algo viejo, algo antiguo que sí
debía ser respetado.
Comentarios
Publicar un comentario