CATORCE: 6 DE FEBRERO. SE LEVANTA CON MALESTAR. QUIERE HACER UN PLAN DE TRABAJO. SELENE LE CUENTA ALGO DE SU VIDA. ELLA DECIDE FOTOGRAFIARLA.

 

Era tarde, al lado mío sonaba la respiración de Selene. No había otros ruidos. Volví a sentirme encerrada, necesitaba tener un plan. Iba a tener que planear algo. Dormí mal y mucho.

 

No había desayuno, no acostumbraban o ya lo habían tomado. La Abuela adormecida estaba regando plantas. Lo que el día anterior me había parecido maravilloso por algún motivo cambió. Decidí irme un rato: la casa me asfixiaba con esas dos mujeres que no hacían nada. Muy pronto me irritaron. En realidad siempre me pasa eso cuando permanezco con la gente. Ese día iba a hacerles fotos, pero así no tenía sentido. Salí a tomar un café y a pensar.

 

Hasta ahí las cosas se habían acomodado solas, sin orden. Todo rápido y confuso. Después llegué a Perú y me entristecí, me sentí aislada, como si hubiera quedado bajo una campana de vidrio y nadie se diera cuenta. Como si fuese un pedazo de queso al que las moscas no pueden acceder. Tal vez sólo seguía siendo miedo: cuando salí no quería hablar, no quería que supieran: necesitaba silencio y me lo dieron. Todos. Nadie en particular. De golpe el mundo se alejó de mí y se dedicó a sus propios asuntos.

 

Hasta que llegó, por suerte, la Abuela de Selene con su castilla, su sándwich y su abrigo. Me rescató de algo ¿Por qué entonces tan rápido me fastidiaba? Si me había tranquilizado gracias a ella, gracias a Selene también. Si no habían hecho nada más que hospedarme amablemente.

 

—Abuela, salgo, voy a caminar un poco mientras se despierta Selene: ¿no necesita nada?

 

Se alisó la pollera con las manos en un gesto que no quería decir nada. Sentí que se daba cuenta, que me juzgaba como una extranjera caprichosa y desagradecida.

El café estaba mal colado y no tenía gusto. Todo el tiempo tenía una sensación amarga en la boca, tenía que hacer un plan antes de volver a necesitar rescate.

 

Hacer un plan para adelante. No preguntarme por qué salí, para qué. Un plan que durara un año por lo menos, para tenerlo a mano en días como ese.

 

La cara de Selene era muy particular, de una belleza extrema, mejor que la que podía dar cualquier otro rasgo más clásico. Pensé en cambiar la idea original y hacer las fotos en color, no sé si existen más mujeres con esos ojos. Quería hablar con ellas, pedirles formalmente alojamiento. Pagar algo y quedarme un tiempo.

 

Pagué el café que me costó menos que un caramelo en mi país y después compré los rollos. Pasé por la feria y le saqué fotos a los puestos, todos excesivos, con la verdura y la fruta en colores descolocados, como ajenos al resto de los objetos. Colores puros como los aguayos o el cielo.

 

Cuando volví a la casa Selene estaba sola, me sonrió como siempre y no dijo nada, pero temblaba, se le resbalaban lágrimas diminutas por las mejillas y no hacía ningún ruido, ningún movimiento.

 

—¿Qué te pasó? ¿Por qué llorás?

 

—No te preocupes, no es nada. Es que pensé todo lo que pude sobre mí. Parezco un poco loca por lo del niño, pero nomás eso. Pensé lo que dijiste de la Abuela, que no puedo estar siempre con ella, es cierto eso, tal vez tenga que irme, Marina. —Se apoyó contra la pared—. Cuando era niña mi madre pasaba mucho tiempo fuera. Fui su única hija. Mi padre nunca estaba y ella murió cuando yo tenía ocho, imagínate, estuve dos días esperándola sin salir de esta casa, hasta que llegó mi padre y me llevó con la abuela. Tienes que juntar todo, la iremos a buscar a Puno y luego se vienen me dijo. Es la madre de mi padre y me conoció ese día, pero me quiso enseguida. Ay que haré con esta niñita… decía todo el tiempo y siempre fue muy buena conmigo. ¿Tú tienes madre?

 

Me sentí incómoda: yo tenía madre, tenía diez años más que ella, viajaba como si huyera sin saber por qué, detrás de mí sólo dejaba un mundo cómodo y organizado. Le regalé una mantilla negra con flores bordadas a mano que me había comprado mientras sacaba fotos en la feria.

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