TREINTA Y OCHO: 26 DE MARZO. SELENE LE PIDE UN DÍA MÁS EN LA CASA. COMEN PAPAS A LA HUANCAÍNA. SE DESPIDEN.
Pasamos otra semana
sin salir ni decidir nada. No me dijo qué había hablado con las bailarinas y
ellas no volvieron. Me empecé a sentir cada vez más tensa, me quedaba poca
plata y no quería pedirle.
—Selene, yo no puedo quedarme para siempre ¿sabés?
—Claro, Marina, yo sé eso. Sólo te pido un día más, mañana por la
mañana tendré novedades.
—¿Novedades de qué?
—De mi padre, yo sé que la Abuela te ha contado algo. Bueno tu
sabes, él estaba lejos pero parece que pudo venirse. Rosmila llamará mañana y
así sabré si puedo verlo. Necesito hablarle ¿entiendes? La Abuela era su madre,
imagínate que me dejó palabras para él y yo también necesito decirle algunas
cosas. Yo sé que debo decidirme, Marina. Tu eres tan inocente y estás tan lejos
de estas cosas. Yo no sé lo que me espera pero tú: ¿puedes esperarme hasta
mañana? Sólo un día más te pido que seas mi compañera. Mañana sí quiero que te
vayas. ¿Puedes hacerme este último favor?
—Mirá que pregunta, claro. Y no quiero que sea el último, yo pensé
que si querés venir conmigo sólo tenés que vender la casa. Ya sé que eso lleva
tiempo y complicaciones, pero yo te espero.
—No te preocupes por eso, la Abuela dejó todo preparado, ella quiso
que yo me fuera contigo. No comprendía mis motivos, sólo sintió que lo más
importante era proteger a su nieta. Sabía más cosas de las que aparen-taba,
cosas que ni tú ni yo conocemos aún. Yo no sé bien cómo es la explicación de
las cosas, ni qué es lo que debo hacer. Tal vez lo que hago, apenas, es seguir
el camino de mi padre, lo que mejor entiendo es la sangre, ese es mi verdadero
motivo.
Me pareció increíble que en tan poco tiempo Selene hubiera
cambiado de esa forma. En un mes pasó de ser una adolescente extraña a
convertirse en la amiga más madura y querida que yo tuve en mi vida.
—Bueno, ya que mañana es un día tan importante esta noche comamos
bien. Comamos y pensemos en la Abuela. ¿Qué querés que hagamos? Vos me decís y
yo salgo a comprar.
—Papas a la Huancaína, eran sus preferidas, ¿qué te parece? —¿Qué
necesitamos? Yo compro.
—Ajíes amarillos, queso, huevos, ajo... y leche. —¿Y papas no
lleva?
—Y papas, Marina, claro.
—Yo salgo, vos descansá y juntá fuerzas, mañana te espera un día...
Salí con la bolsa de la Abuela y me sentí como si la llevara
adentro. Como si ella fuera guiando la dirección de mis pies. Pensé en mi sueño
repetido en el que me obligaban a comer carne de muertos. Incorporar a la
Abuela fue menos violento, menos carnal y sin embargo estaba adentro mío como
si la hubiese respirado.
Bajé absurdamente feliz hasta la feria. Lloviznaba. Los puestos
parecían fosforescentes contra el fondo gris del cielo.
Feliz y despierta.
Viva como si alguien me hubiese reanimado con un balde de agua.
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